Desde la barrera – «Porque están ahí»

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«Porque están ahí«. Esta fue la contestación que dio a un periodista el alpinista inglés George Mallory en 1923 a la pregunta sobre el motivo que le impulsaba a acometer la ascensión del Everest, cuando todavía ningún ser humano había puesto todavía sus pies sobre un ocho mil. Eran aún los inicios del alpinismo, los últimos coletazos del espíritu romántico de la Inglaterra victoriana del XIX, tiempo de exploradores más que de deportistas, de personas que para alcanzar lo desconocido estaban dispuestos a jugarse la vida, como por desgracia le ocurrió a Mallory junto a su compañero Irvine. Sus cuerpos fueron encontrados muchos años después sepultados bajo las eternas nieves del Chomolungma, la diosa madre del mundo de los nepalíes.

Jamás se ha logrado despejar la incógnita de si fallecieron subiendo o bajando, por lo que no se sabe si les corresponde el honor de haber sido los primeros en alcanzar la cima de la montaña más alta de la Tierra. Lo que sí alcanzaron con toda seguridad es un lugar preeminente en la leyenda del alpinismo, tanto por la magnitud de su intento como por la frase de Mallory, que desde entonces quedó convertida en un lema que resume la atracción que, desde tiempos inmemoriales, las montañas han ejercido sobre los hombres. Nadie ha sabido explicar mejor que él cuál es la fuerza interior que, a veces, nos impulsa ciegamente a buscar lo imposible.

Ahora que finaliza la temporada para tomarnos unas ansiadas vacaciones es un buen momento para echar la vista atrás y recordar todo lo acontecido en el segundo año de “Corre en Rosa”. Casi todas las mujeres que forman este extraordinario colectivo han logrado seguir superando sus retos personales o alcanzando sus sueños, el particular “porque está ahí” de cada una de ellas: las que apenas caminaban, han comenzado a correr; las que corrían cinco kilómetros, han completado su primera carrera de diez; las que corrían diez, han doblado la distancia; las que apenas conocían la leyenda de Guillermo Tell se han convertido en expertas tiradoras con arco; otras han escrito libros, atravesado el Atlántico en un velero o se han doctorado en repostería casera. Algunas simplemente han dado un ejemplo de lucha compartiendo una sonrisa por las redes sociales desde su campo base provisional en la clínica Quirón. Su empecinamiento y espíritu de superación ha sido contagioso, hasta el extremo de lograr que Ramiro Matamoros volviera a participar en una carrera popular después de casi veinte años o que Lucía completase su primera maratón con una marca asombrosa.

Sin embargo, a lo largo de estos meses había un “porque están ahí” que iba más allá de un mero reto de ejercicio físico y se aproximaba más a las aventuras inalcanzables de los locos exploradores del pasado, que tenía mucho más de George Mallory, Ernest Shackleton o Amelia Earhart que de un atleta moderno. Personalmente, la hazaña me parecía tan inalcanzable que durante un tiempo llegué a pensar que su protagonista había perdido la cabeza, que había entrado en un estado de euforia producido por alguna sustancia alucinógena incluida por error en su tratamiento o, simplemente, por el éxtasis de pertenecer a este grupo de incombustibles féminas denominado “Corre en Rosa”. Lo peor de todo es que tanto mi mujer como el resto de sus amigas corredoras la animaban a intentarlo, en lugar de convencerla para regresar al mundo de los mortales, lo que prueba que el virus era altamente contagioso. “Se han vuelto locos todos menos yo”, decía mi cabeza.

El desafío en cuestión consistía en participar en la prueba conocida como los “101 de Ronda”, recorrer nada menos que 101 kilómetros a pie en 24 horas por la serranía de Ronda, atravesando diferentes pueblos de las provincias de Cádiz y Málaga. La idea se originó en 1995 como parte de los actos que conmemoraron el 75º Aniversario de la Fundación de La Legión. El entonces Coronel Jefe del Tercio Alejandro Farnesio 4 Tercio de La Legión D. Enrique Gomáriz de Robles, decidió organizar una actividad que permitiera acercar un poco más La Legión a la población civil a través de una prueba deportiva de dureza extrema, donde la entrega y camaradería entre civiles y militares fuera un valor tangible. La prueba se ha ido perfilando a lo largo de las ediciones y las tradiciones se han ido consolidando, como el famoso “ladrillo”, la medalla de cerámica que se entrega a todos los “cientouneros” que finalizan la prueba o la participación o la participación de súper Paco, un runner de 79 años que corre con el mismo atuendo con el que cada día va a trabajar al campo.

Recorrer 101 kilómetros es, de entrada, un ochomil que desafía no solamente los límites del cuerpo sino también los de la imaginación. Las peregrinas que han llegado a Santiago podrán calibrar lo que supone realizar, de un tirón, cuatro o cinco etapas del Camino sin parar. Olga Gallego tenía esta primera parte más que superada. Aunque sus raíces están en Madrid y en Béjar, su empecinamiento de serie tiene algo de aragonés. Y con más moral que el Alcoyano se presentó en la salida: una paciente en tratamiento oncológico, de aspecto aparentemente frágil pero que esconde el espíritu de Juana de Arco, se codeaba en la salida con legionarios, regulares, adictos a los ironman y toda clase de lunáticos. Entre ellos, cómo no, Toño Martín Perdiguero, Perdi, ataviado con sus pinturas de guerra y sus mil herramientas runneras de McGyver en los bolsillos de su chaleco. Faltó su inseparable Carlos Micra, doctorado en las carreras de larga distancia pero ausente por una inoportuna lesión de última hora.

Desde el sábado en la mañana seguimos la prueba en la distancia, pendientes de las noticias que nos llegaban al móvil e incrédulos ante cómo iban cayendo los kilómetros: 40, 50, 60… El domingo lo primero que hicimos al despertar fue acudir prestos al teléfono con la ilusión de un niño en la mañana del 6 de enero. Y allí nos esperaba el gran regalo, un whastapp de Perdi que nos produjo el mismo escalofrío incrédulo que describían nuestros padres cuando escucharon a Jesús Hermida narrar la llegada del Apolo XI a la Luna: “¡Os presento a la primera cientounera de Corre en Rosa!”.

Si lo de Olga es locura, lo de Perdi va más allá de lo imaginable. Recién llegado a la meta a las once de la noche tras completar la prueba en unas increíbles diez horas, se tumbó en la camilla del fisioterapeuta que atendía los castigados cuerpos de los atletas y le pidió que se diera prisa en la recuperación porque tenía que volver a la carrera. Y, sin más dilación, paró un taxi y ordenó al alucinado conductor que le llevara de vuelta al kilómetro 70, pues iba a acompañar a una amiga en el tramo final del recorrido. Esos últimos kilómetros los realizaron juntos en la oscura noche, por caminos pedregosos en horas de madrugada y con los pies absolutamente destrozados. Por fin, al amanecer, en la hora en que finalizan los sueños y despiertan las realidades, el sol de Andalucía iluminó el puente sobre el tajo de Ronda para dar la bienvenida a los dos héroes.

Ninguno de nosotros pudo ser testigo de la hazaña de un par de inconscientes que decidieron participar en la prueba simplemente porque estaba ahí, en el calendario. Sólo tenemos el testimonio de Juan Carlos, marido de Olga e improvisado chófer para traerles de vuelta a Madrid, que a su llegada a Ronda se encontró a dos zombis deambulando por la zona de llegada, en cuyo rostro demacrado únicamente se apreciaba una sonrisa de oreja a oreja. Se encontró, en suma, con la reencarnación de Irvine y Mallory tras haber coronado su Everest.

3 Comments

  1. Ignacio, la magia de tus palabras me ha hecho revivir momentos maravillosos. Qué bonito lo cuentas!! Gracias por escribir, por ser la voz de CeR y por ilusionarte con nuestros retos tanto como nosotras mismas. Un lujo contar contigo en nuestro equipo rosa.

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  2. Como siempre Ignacio, tus palabras son las perfectas para recrearnos esta grandiosa hazaña. Una descripción perfecta y emotiva de tus sensaciones para con nosotras. Sigue escribiendo por favor, me haces siempre emocionarme. Desde luego lo que allí pasó, en la sierra de Ronda, fue mucho más que un esfuerzo físico brutal que nuestra querida Olga logró. Fue la mayor expresión de generosidad compañerismo de la que todos debemos aprender.

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  3. Me encanta q se mantenga vivo este blog esta narración a la par que ilustrativa por la parte de historia incluida lo es mas encantador aun por esos dos heroes Rosamarillos. Olga y Perdi teneis mas q merecidos todos esos elogios y mas, ademas d por vuestra aventura en Ronda por lo grandes q sois como persona.

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